20 noviembre, 2007

"Antropologizar a la abuela."

Foto: Adriana López "Chow".


1918. Ocurrieron muchas cosas ese año: El presidente Norteamericano Woodrow Wilson establece el servicio militar obligatorio y al poco tiempo, Estados Unidos ya contaba con cuatro millones de soldados. Los comunistas rusos celebraban su victoria y Alemania estaba siendo derrotada en la primera guerra mundial.
En México, “La Constitución de 1917” ya había sido promulgada, Zapata será asesinado un año después, Venustiano Carranza era presidente mientras la Revolución estaba finalizando y el 12 de agosto el natalicio de Beda Ortega, doctora, actriz y pintora.

Cárdenas es un pequeño municipio ubicado casi en el centro de San Luis Potosí.
Manuel Ortega Martínez era su padre, ferrocarrilero y su madre Gudelia Torres Ávalos, ama de casa. Su infancia transcurría con tranquilidad junto con su hermana progeniita Esther y su hermano adoptivo Carlos “Carlangas”. Eran de familia acomodada.

A la edad de veinte años se mudó a la capital de S.L.P. donde comenzó sus estudios de Medicina. Dentro de sus pasatiempos estaba el asistir al “Teatro de la Paz” en el cual conoció por casualidad a los Hermanos Soler, invitándola a participar como actriz en sus representaciones más tarde.

A los veintitrés años se mudó a la Ciudad de México para terminar sus últimos años de estudio, graduándose de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México. Estudió pintura y recibió una beca para estudiar en Italia, la cual no aceptó ya que su madre se lo prohibió por miedo a que la dejara sola.

Únicamente se casó por el civil a los 40 años con su primo lejano Adalberto Ortega de Alba, de 20 años. Un año después nació su primer hija, llamada Aida, llevando el apellido Ortega por el lado paterno como en el materno. Y por si existe la duda, se los aclaro: No nació con cola de puerco.

El 10 de marzo de 1962 nació su segunda hija, tres meses antes de lo esperado, Elvia. Un año después, exactamente, nació la tercera y última hija: Imelda, mi mamá; legitimándose así como el peor regalo de cumpleaños de mi tía Elvia.

Recuerdo los Domingos por la tarde cuando mi abuela nos cuidaba, se escuchaba la aguja del tocadiscos a punto de girar, la música sonaba, el golpeteo de los tacones chocando con el piso.... Comenzaba la función de baile que mi abuela preparaba para mi hermana y para mí.


“Corrientes tres cuatro ocho, segundo piso, ascensor,
No hay porteros ni vecinos, adentro cocktail de amor.”


Pareciera que lo vuelvo a vivir. Su cara se le iluminaba, bailaba mientras Gardel le cantaba al oído.


“Pisito que puso Maple, piano, estera y velador,
Un telefon que contesta, una fonola que llora.
Viejos tangos de mi flor

y un gato de porcelana pa’que no maulle el amor.”



Su cabello rizado y obscuro brillaba con la luz de los reflectores, su silueta móvil con apasionados giros, abrazando el aire y concentrada en sus últimos pasos.


“Hay de todo en la casita, almohadones y divanes como en botica “Coco”,
alfombras que no hacen ruido y mesa puesta al amor...”


La muestra de Tango había finalizado, pero no el espectáculo. Seguía otra hora de música y baile, recordando sus historias en el Country Club, “Nereidas” el danzón de Amador Pérez, el favorito de la abuela. Ya por las noches nos acicalaba el cabello haciéndonos “Piojito” mientras memorizábamos en voz alta el “padre nuestro” en francés, su idioma predilecto y que manejaba con soltura.

Mi abuela siempre bromeaba. Es algo mística. Cuando alguien le pregunta algo, suele responderte con otra cosa fuera del tema. Nunca fue capaz de ofender o golpear a alguien. No existe fuente alguna de nalgadas o castigos, solo de bailes, actuaciones, largas consultas y litros de refresco de naranja “Orange” a la hora de la comida, que es su favorito.

No era buena en la cocina, realmente no lo era. Así como mi abuelo le hizo creer que era mala doctora y le cerró su consultorio el cual ahora es la sala de la casa, también le dijo que en cualquier momento se olvidaría de sus hijas y por lo tanto le prohibió actuar. Un par de cachetadas le hicieron sentar cabeza.